El 15 de marzo de 2011 estallaba una de las peores crisis humanitarias de la historia actual. El conflicto sirio ha obligado a millones de familias a huir con la esperanza de encontrar seguridad. En los países de acogida, los equipos de Terre des hommes – Lausana (Tdh) trabajan junto con los padres y las comunidades para que los niños y niñas crezcan en las mejores condiciones posibles.

«Yo tenía cuatro años cuando abandoné Siria. Me acuerdo de mi calle y de un pequeño mercado donde íbamos a menudo a comprar cosas. También me acuerdo de un tanque que estaba estacionado cerca de nuestra casa en el cual nos escondíamos.» Desde sus doce años, Bakr rememora algunos recuerdos que le quedan de su país natal, Siria. Sus ojos verdes brillantes y su gran sonrisa contrastan con su trágica historia. Hace ocho años su familia abandonó todo para huir de la guerra civil que asolaba el país. «Nosotros vivíamos en Homs, pero temíamos por nuestra vida. Nosotros huimos mientras bombardeaban la región», nos cuenta Asmaa, la mamá.

2021 marca los diez años de guerra en Siria. El conflicto que comenzó en 2011 ha llegado a ser la «peor catástrofe provocada por el hombre desde la Segunda Guerra Mundial», según la ONU. Las cifras dan miedo: cientos de miles de víctimas, 6,2 millones de personas desplazadas en el país, y 5,6 millones de refugiados y refugiadas, el 99,4% de estos refugiados y refugiadas han sido acogidos por cinco países: Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto. Es hacia Egipto donde la familia de Bakr ha huido, con sus padres y sus dos hermanos, Talal de 11 años y Adam de 4, viven ahora en un apartamento minúsculo en un barrio situado a una hora de camino del centro de Cairo.

A la gratitud de haber escapado a lo peor, se mezclan la nostalgia y la tristeza de estar lejos de su casa y de sus parientes. «En Egipto, estamos seguros y podemos llevar una vida estable. Cuando llegamos de Siria, la gente fue amable y nos acogieron bien. Pero me gustaría que mis abuelos, primos y mis tíos y tías pudieran estar con nosotros», prosigue Bakr. Su madre añade: «Al principio era muy duro. No conocíamos a nadie, teníamos dificultades económicas y no encontrábamos alojamiento. Los niños eran muy pequeños y planteaban muchas preguntas.» Además de la violencia y la destrucción que provoca, la guerra separa a familias enteras y borra todas las referencias.

«Cuando se llega a un nuevo país, es complicado integrarse, incluso aunque la cultura y las tradiciones sean similares a las nuestras», explica Inas Bashar Mardini, animadora social en Egipto y también refugiada siria. «Como adultos también experimentamos dificultades para adaptarnos, pues hemos venido aquí por obligación y no por elección. Los padres inconscientemente transmiten esto a los hijos e hijas.» Esta situación es particularmente nefasta para los niños y niñas y puede provocar angustia psicológica y afectar de una manera duradera a su conducta.

La importancia de la salud mental

En Egipto, una parte clave del trabajo de Tdh es el apoyo psicológico a los niños y niñas y jóvenes. Como en varios países de Oriente Medio y de Europa nuestros especialistas en protección desarrollan programas de actividades para acompañar a los niños y niñas refugiados en función de sus necesidades y de su edad. Para facilitar la integración y crear vínculos, estas actividades están abiertas a todas y a todos, refugiados sirios y de otras nacionalidades, y niños y niñas de las comunidades locales egipcias.

«Al principio, Bakr era reticente a participar en las actividades y no se entendía con los niños y niñas de otras nacionalidades. Para trabajar sobre esto, yo escogía ejercicios que necesitaban de la cooperación de los demás. Al cabo de un tiempo, su actitud cambió completamente. Comenzó a codearse con los niños egipcios. Ahora se preocupa por sus camaradas cuando están ausentes y no desea nunca dar un manotazo. Ha llegado a ser un muchacho amante de la vida», prosigue Inas.

«Aquí se aprenden muchas cosas gracias a ejercicios muy simples. Las que prefiero son las actividades que ocupan a todo el mundo. Estas hacen que los niños y niñas sean felices sobre todo a algunos niños y niñas que no tienen a nadie que les hagan felices», declara Bakr.

Las actividades que Inas utiliza mezclan ejercicios de movilidad, juegos y apoyo psicológico, en una sala de un centro de salud del barrio. Estas actividades se acompañan de un momento de reflexión y de discusión y permiten a los niños y niñas y a los jóvenes desarrollar su capacidad de expresarse, de identificar sus emociones, de comprender a los demás. «Esto ayuda a los niños y niñas a construir su carácter pues hay padres que no hablan nunca de sentimientos con sus hijos e hijas», precisa ella.

«Estas actividades son particularmente importantes para los niños y niñas que están en un país que les resulta extraño. Esto ha ayudado verdaderamente a mis niños y niñas tanto para su educación como para su estado psicológico. Ellos aprenden a liberar y a canalizar su energía», añade Asmaa, la mama de Bakr.

Implicar a los padres

Trabajar con el entorno del niño o la niña es una de las claves para responder a sus necesidades. «No podemos ayudar a los niños y niñas sin ayudar a los padres. Ellos deben poder ir a la escuela, crecer seguros, pero todo esto no es posible si los padres viven en una situación precaria», declara Meilaa Khateeb, especialista en protección a la infancia de Tierra de hombres en Jordania.

«En Irbid, he hecho el seguimiento a una familia de cinco, dos padres y tres hijas de 7, 3 y 1 año. No tenían ningún ingreso económico y vivían en un apartamento minúsculo y frío. El padre tenía problemas psicológicos y un comportamiento violento hacia su mujer. La madre sufría depresión. La hija mayor no estaba escolarizada y no tenía otra elección que trabajar para sobrevivir. Las niñas llevaban ropa ligera para pasar el invierno.» Durante la primera visita de Meilaa, la madre y la hija mayor han podido confiar y han llorado mucho. Esta última ha podido participar en nuestras actividades psicosociales. «Hemos orientado al padre hacia un psiquiatra y a la madre hacia un grupo de apoyo. Allí hemos descubierto que ella sabía hacer queso y otros productos lácteos. Le hemos ofrecido ayuda financiera para que pueda comenzar su pequeña empresa y tener así un ingreso para la familia. Ahora la situación es estable. Han podido cambiar de apartamento, el marido recibe el tratamiento necesario y la hija mayor ha podido dejar de trabajar y regresar a la escuela».

El Covid-19, un reto suplementario

La pandemia de Covid-19 ha añadido una capa de complejidad tanto para las familias de los refugiados como para las organizaciones como Tdh. «Muchos de los refugiados han caído enfermos sobre todo en los campos. Los containers que les sirven de alojamiento están muy próximos unos de otros y es casi imposible mantener las distancias sociales. Esto acentúa todavía más la ansiedad y el miedo», añade Meilaa. Nuestros equipos se innovan continuamente para adaptarse a las actividades y continuar ofreciendo un apoyo minimizando los riesgos para la salud de los niños y niñas y del personal.

Para la familia de Bakr también, el Covid-19 pone en peligro el frágil equilibrio que estaban llegando a alcanzar. Asmaa, la mamá, explica: «Mi marido tiene problemas para encontrar trabajo y tenemos de nuevo dificultades económicas. Yo debo tener a los niños en casa.» Nuestros trabajadores sociales deben encontrar soluciones para que Bakr y sus hermanos puedan continuar beneficiándose del apoyo que necesitan a distancia. No teniendo la familia ordenador ponemos en marcha actividades que puedan ser explicadas por video y enviadas enseguida a su móvil mediante mensaje.

Desde el 15 de marzo de 2011, la guerra en Siria sacude los derechos y la existencia de toda una generación de niños y niñas. En diez años cerca de un millón de niños y niñas sirios han nacido refugiados y no han conocido su país de origen más que por lo que les cuenta su familia. «Incluso si hay guerra, los sirios tienen derechos. Pero pienso que va a acabar pronto y que todo será mejor que antes y podremos volver», concluye Bakr. Mientras esperan, su mamá le cuenta como es Siria, le habla de Homs, de su barrio y de su familia. «Lo que me da esperanza, es que no he perdido a mis hijos durante la guerra y que puedo verlos crecer», suspira Asmaa, con la mirada benevolente posada en sus hijos.